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El acuerdo petrolero “barato” de Hungría con Rusia le está costando miles de millones al país

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La posible visita de Putin a Budapest—que finalmente no se produjo—evidenció la postura de Hungría respecto al derecho internacional y su actitud general hacia una Europa unida. El gobierno de Orbán se ve obligado a presentar este euroescepticismo a su electorado como una lucha por la soberanía, aunque, en realidad, el país está renunciando a decenas de miles de millones de euros en posibles inversiones de fondos de la UE, mientras que los beneficios de la cooperación con Rusia son considerablemente menores.

Desafiando la ley internacional

Hungría se ha convertido en el único país de la UE en anunciar la suspensión del Estatuto de Roma. Aunque el estatuto sigue formalmente vigente a nivel nacional, la disposición de Budapest a acoger al líder ruso Vladímir Putin sin arrestarlo fue, para muchos, suficientemente reveladora.

La negativa a cumplir con las obligaciones jurídicas internacionales o a retirarse completamente del Estatuto de Roma no tendrá un impacto inmediato ni directo en la mayoría de los húngaros. Pero, una vez más, Budapest ha enviado una clara señal a sus socios: está construyendo su política interna desafiando a Bruselas.

El argumento del “petróleo barato”

Justificando sus acciones con argumentos sobre seguridad energética y soberanía nacional, el gobierno del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, es uno de los pocos en Europa que —consciente o inconscientemente—promueve los intereses de Rusia y, en particular, de Putin. Hungría, junto con Eslovaquia, sigue siendo el último miembro de la UE que compra petróleo ruso. Ni siquiera una conversación con el presidente estadounidense Donald Trump logró persuadir a Orbán de abandonar esta cooperación con Moscú.

Según diversas estimaciones, el petróleo importado a través del oleoducto Druzhba puede ser hasta un 20 % más barato que el de fuentes diversificadas. Esto podría generar a Hungría entre 1000 y 2000 millones de dólares en beneficios económicos anuales, que se reparten entre empresas privadas y el Estado.

Cuando los “ahorros” se convierten en pérdidas

Cualquier persona familiarizada con las economías postsoviéticas—muchas de las cuales dependieron durante mucho tiempo de la energía rusa, considerada barata—sabe que ninguno de estos países alcanzó un éxito económico significativo ni una soberanía comparable a la de ningún país de la UE. De hecho, la estrecha cooperación con Rusia suele indicar la falta de voluntad o la incapacidad de un país para desarrollar una verdadera economía de mercado.

Al mismo tiempo, los beneficios que Hungría obtiene de sus estrechos lazos con Rusia son insignificantes en comparación con lo que podría lograr alineándose con otros miembros de la UE. Un país que formalmente sigue formando parte tanto de la UE como de la OTAN muestra cada vez más su disposición a distanciarse de las políticas europeas comunes, especialmente en lo que respecta al estado de derecho, la justicia internacional y las sanciones. Estas acciones no pasan desapercibidas.

Este manifiesto rechazo a los valores europeos—expresado en medio del conflicto que Hungría mantiene con la UE—ha provocado, según diversas estimaciones, la congelación de 19 000 millones de euros (22 000 millones de dólares) en fondos estructurales y de recuperación que Hungría podría haber recibido. Estos fondos habrían supuesto un importante impulso para la economía nacional.

Los fondos de recuperación se destinan principalmente al desarrollo de infraestructuras, lo que a su vez mejora la eficiencia económica y, por consiguiente, la eficiencia energética. Al optar por suministros rusos un 20 % más baratos, Hungría indica que prefiere seguir siendo un consumidor estable de recursos, mientras que otros Estados miembros de la UE optan por reducir su consumo modernizando sus economías.

Una retórica con un alto precio

El gobierno de Orbán justifica su postura como defensa de la “soberanía nacional”, pero en la práctica, esta confrontación conlleva un claro coste económico. Las empresas europeas siguen siendo los principales inversores y empleadores en Hungría, responsables de la mayor parte de su producción industrial y exportaciones.

Mientras tanto, el abaratamiento del petróleo no ha convertido a Hungría en líder económico de su región. El crecimiento económico del país se sitúa por detrás del de otros estados de Europa Central, de los cuales solo Eslovaquia sigue dependiendo de la energía rusa.

En los últimos años, las políticas de Orbán han atraído inversión china, pero esta aún dista mucho de ser decisiva para la economía nacional. A pesar de los acuerdos que han acaparado titulares con corporaciones chinas como CATL y BYD, más de dos tercios de la inversión extranjera directa en Hungría siguen procediendo de países de la UE. El capital europeo sigue siendo el pilar de la economía húngara.

Al mismo tiempo, los elevados costes de financiación (con bonos a 10 años que superan el 7%) y la calificación más baja de la UE en el índice de corrupción (puntuación de Transparencia Internacional: 41/100) minaron la confianza de los inversores y aumentaron los riesgos de la deuda.

A Hungría le resulta cada vez más difícil cubrir sus necesidades presupuestarias. La solución lógica sería resolver sus disputas con la UE y desbloquear 19.000 millones de euros en ayuda financiera procedente de fondos europeos. Sin embargo, para ello, el gobierno de Orbán tendría que reforzar el estado de derecho y tomar medidas enérgicas contra la corrupción. En cambio, en los últimos años, a los húngaros solo se les han ofrecido vagas promesas de soberanía estatal.

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