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Contra las falsificaciones

Las exigencias de rendición como «garantías de seguridad»: descifrando el diccionario diplomático ruso

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Antes de que Rusia iniciara su invasión a gran escala de Ucrania sobre el terreno, ya había comenzado con propaganda en ruso, presentando la guerra como una «operación militar especial». Ahora, Moscú avanza en sus exigencias de rendición mientras las califica de «garantías de seguridad».

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En 1995, el renombrado escritor y pensador italiano Umberto Eco escribió un ensayo titulado Ur-Fascism. En él, enumeró 14 rasgos comunes a los regímenes fascistas, independientemente de cuándo o dónde existieran. La mayoría de esos rasgos encajan perfectamente con la Rusia moderna.

Vale la pena recordar aquí una de las frases de Eco: «Los gobiernos fascistas están condenados a perder las guerras porque son constitucionalmente incapaces de evaluar objetivamente la fuerza del enemigo». A juzgar por el hecho de que la guerra de Rusia contra Ucrania se ha prolongado durante más de tres años y medio en lugar de terminar en una guerra relámpago, los cálculos del Kremlin estaban realmente muy lejos de la realidad.

Pero centrémonos en uno de los 14 rasgos que destacó Eco.

«Neolengua»: los regímenes fascistas se basan en un vocabulario empobrecido, diseñado para sofocar el pensamiento crítico, y lo promueven. En los últimos años, los dirigentes rusos —y la sociedad en general— han perfeccionado esta práctica. A continuación se presenta un diccionario que traduce la neolengua rusa a la realidad pura y dura.

La ambigüedad del discurso de Rusia explicada

¿Qué significa realmente «garantías de seguridad»?

Ucrania se ha mostrado dispuesta a reunirse con Rusia para detener los combates y lograr la paz. Sin embargo, para el agresor, las negociaciones no se basan en el compromiso, sino en ultimátums. Cada vez que los ucranianos se sentaban a la mesa, se enfrentaban a condiciones de rendición.

Putin las denomina «garantías de seguridad». En la práctica, significan: un ejército ucraniano más pequeño, la prohibición de pertenecer a la OTAN, la ausencia de aliados extranjeros en territorio ucraniano y el reconocimiento de las conquistas territoriales de Rusia. En otras palabras, el agresor que inició la guerra exige ahora que la víctima quede indefensa. Estas «garantías» despojarían a Ucrania de su soberanía y la reducirían a un satélite de Rusia.

El líder ruso Vladimir Putin presenta un discurso. Foto: Contribuidor/Getty Images.
El líder ruso Vladimir Putin presenta un discurso. Foto: Contribuidor/Getty Images.

Incluso antes, tras las conversaciones de Estambul, Moscú publicó lo que denominó un «memorándum de acuerdo». En la práctica diplomática, un memorándum es un registro de entendimiento mutuo: refleja los puntos en común, esboza los principios acordados y sirve como un paso hacia nuevas negociaciones. El documento de Rusia era todo lo contrario: una lista unilateral de exigencias de rendición, desde la retirada de tropas y el reconocimiento de los territorios ocupados hasta la renuncia a la OTAN y el levantamiento de las sanciones. Al utilizar indebidamente el término, el Kremlin intentó presentar un ultimátum como si fuera un acuerdo legítimo, creando la falsa impresión de que Ucrania había rechazado una propuesta de paz genuina.

Mientras tanto, cada vez que Moscú sufre reveses, también los encubre con propaganda. La retirada de Kyiv se convirtió en una «reducción de la actividad militar». El hundimiento del Moskva fue una «pérdida de estabilidad debido a daños en el casco». El abandono de la isla de las Serpientes se presentó como un «gesto de buena voluntad». Rusia disfraza el fracaso de magnanimidad y las exigencias de rendición de «garantías de seguridad».

Pero recordemos la frase con la que empezó todo.

Operación militar especial vs invasión a gran escala

Columnas kilométricas de vehículos blindados. Ataques desde una docena de direcciones en todas las regiones fronterizas. Cientos de aviones de combate en el cielo, misiles balísticos y de crucero explotando por todo el país.

Parece una guerra, ¿verdad? No para Rusia. Para ellos, se trata de una «operación militar especial», la etiqueta que utilizan para referirse a su invasión a gran escala de Ucrania. La «operación» lleva ya tres años y medio. El Estado Mayor de Ucrania informó de que las pérdidas rusas han superado un millón de soldados. Y, aun así, «no es una guerra».

Vista de los vehículos blindados y tanques destruidos pertenecientes a las fuerzas rusas tras su retirada de la ciudad de Lyman, en la región de Donetsk. Foto de Metin Aktas/Agencia Anadolu a través de Getty Images.
Vista de los vehículos blindados y tanques destruidos pertenecientes a las fuerzas rusas tras su retirada de la ciudad de Lyman, en la región de Donetsk. Foto de Metin Aktas/Agencia Anadolu a través de Getty Images.

Esto no es nada nuevo. En 1939, cuando la URSS, aliada con la Alemania nazi, invadió Polonia, lo llamó «liberación». La invasión de Checoslovaquia en 1968 fue «ayuda fraternal al pueblo checoslovaco». La guerra en Afganistán fue simplemente el «despliegue de un contingente limitado de tropas soviéticas».

El objetivo principal: evitar la palabra «guerra» y minimizar la agresión.

Cómo Rusia presenta la guerra como diplomacia

La «protección de los rusoparlantes» como borrado de la identidad de los vecinos

Moscú suele encubrir su agresión con el pretexto de «proteger a los rusoparlantes». Sin embargo, esas personas nunca lo han solicitado y las ciudades supuestamente «protegidas» acaban reducidas a escombros.

Otra cara de esta «protección» es la represión de la identidad nacional: detenciones por exhibir banderas ucranianas, cierre de escuelas ucranianas, prohibición de libros y castigos por hablar la lengua materna. Detrás de esta frase se esconde un intento de borrar por completo la identidad cultural.

Este ha sido durante mucho tiempo el patrón de Rusia—en los países bálticos, en Moldavia, en Ucrania—no solo en los últimos años, sino durante siglos. Con el pretexto de cuidar a los rusoparlantes, el Kremlin impulsa su modelo imperial: el ruso como única lengua aceptable, una «historia compartida» en lugar de la memoria nacional, «pueblos hermanos» en lugar de naciones independientes. La «protección» se convierte en un pretexto para la dominación y el control.

Los «corredores humanitarios» como rutas de secuestro

El mundo oyó hablar por primera vez de los «corredores humanitarios» en Ucrania durante el asedio de Mariúpol. Rusia prometió a los civiles una ruta segura hacia el territorio controlado por Ucrania. Pero una vez que comenzó la evacuación, los rusos rompieron su promesa y reanudaron los ataques aéreos. Tragedia similar se repitió en otras regiones bajo ataque.

Mujeres ucranianas protestan contra el traslado forzoso y la deportación de niños ucranianos por parte de la Federación Rusa en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Foto de Misha Jordaan/Gallo Images vía Getty Images.
Mujeres ucranianas protestan contra el traslado forzoso y la deportación de niños ucranianos por parte de la Federación Rusa en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Foto de Misha Jordaan/Gallo Images vía Getty Images.

Más tarde, los rusos comenzaron a llamar «corredores humanitarios» a otra cosa: el traslado forzoso de civiles ucranianos a zonas más profundas de Rusia. Durante el trayecto, las personas soportaron interrogatorios humillantes y la llamada «filtración». La organización ucraniana Bring Kids Back ha documentado 20 000 denuncias de deportaciones ilegales y traslados forzados de niños.

Manipulación política a través del lenguaje

«Referéndums» para encubrir votaciones amañadas

Papeletas y urnas bajo el cañón de los fusiles, «observadores» de grupos marginales y resultados predeterminados de antemano: así son los «referéndums» rusos. El resultado nunca cambia: supuestamente, más del 90 % vota a favor de «unirse a Rusia».

Esas «votaciones» tuvieron lugar en Crimea en 2014, en el este de Ucrania y tras la invasión a gran escala de las regiones de Kherson y Zaporizhzhia. Su único objetivo: crear una ilusión de «legitimidad» para encubrir una ocupación descarada.

Un hombre armado se prepara para votar en el «referéndum» convocado por los rebeldes prorrusos en el este de Ucrania para separarse del resto del país, en Slavyansk, el 11 de mayo de 2014. Foto de Vasily Maximov/AFP vía Getty Images.
Un hombre armado se prepara para votar en el «referéndum» convocado por los rebeldes prorrusos en el este de Ucrania para separarse del resto del país, en Slavyansk, el 11 de mayo de 2014. Foto de Vasily Maximov/AFP vía Getty Images.

El «mundo multipolar» como retórica imperialista

En una reciente reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái, China, India y Rusia debatieron con entusiasmo la idea de un mundo denominado «multipolar». La noción de su necesidad se incluyó incluso en la declaración final del evento.

Pero, ¿qué hay detrás del mantra de los funcionarios rusos? En su opinión, el orden mundial—en el que se priorizan los valores democráticos occidentales—debe cambiar. En un mundo multipolar, habría varios centros de poder e influencia: Estados Unidos, China y, por supuesto, Rusia, al menos en la imaginación del Kremlin.

Esta retórica distrae la atención del lugar que realmente ocupa Rusia en el mundo. En 2024, el país salió del grupo de las diez principales economías del mundo y cayó al puesto número 11. En cuanto al PIB per cápita, Rusia ocupa el puesto 71 a nivel mundial.

El discurso de Moscú sobre la multipolaridad oculta su deseo de controlar a los Estados vecinos. Ucrania, Polonia, Moldavia y otros países que en su día formaron parte del bloque comunista declararon su independencia y adoptaron la democracia hace décadas. El «mundo multipolar» del Kremlin no es más que un intento de resucitar la URSS y justificar la invasión. No es de extrañar que Putin calificara en su día el colapso soviético como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo».

Hace mucho tiempo, una divertida prueba realizada en Estados Unidos y Reino Unido resumió una verdad obvia: «Si parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, probablemente sea un pato».

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