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Guerra en Ucrania

¿Qué es exactamente una guerra de desgaste y por qué Rusia no la está ganando?

¿Qué es exactamente una guerra de desgaste y por qué Rusia no la está ganando?

En inferioridad numérica pero no de fuerzas, Ucrania está utilizando la tecnología, la estrategia y el apoyo occidental para desequilibrar la balanza en una guerra basada en la resistencia.

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El Presidente ucraniano, Volodymr Zelenskyy, declaró el 28 de mayo que Rusia moviliza entre 40.000 y 45.000 soldados al mes, mientras que Ucrania consigue alistar aproximadamente entre 25.000 y 27.000 en el mismo periodo. Ucrania se enfrenta actualmente a una ardua batalla, pero con el apoyo de sus aliados, se espera que prevalezca.

Para muchos, la guerra es algo dinámico: el territorio cambia de manos, los mapas de colores se iluminan de rojo o verde y, finalmente, una de las partes se ve obligada a rendirse o a pedir la paz. Así es como se supone que se desarrollan las guerras convencionales. Pero la invasión rusa de Ucrania en 2022 echó por tierra esos supuestos. Las fuerzas rusas, que esperaban una rápida victoria sobre lo que creían un oponente más débil y desorganizado, se encontraron en cambio con una feroz resistencia, ingenio táctico y una voluntad nacional de luchar.

Pero después de tres años de lucha, la guerra tiene un aspecto muy distinto del que muchos imaginaron. En lugar de rápidos avances o dramáticos puntos de inflexión, se ha convertido en una guerra de desgaste, en la que ambos bandos se han atrincherado y se centran en desgastarse mutuamente a base de grandes pérdidas. El progreso ya no se mide en kilómetros ganados, sino en drones destruidos, proyectiles disparados y batallones rotados.

Se trata de una prueba de resistencia: agotar los recursos del enemigo, superar sus efectivos y quebrar su voluntad de luchar. Y para algunos analistas, estas son exactamente las condiciones que Ucrania puede utilizar a su favor, si sus aliados mantienen su compromiso a largo plazo.

La contraofensiva ucraniana de 2023 fue un punto decisivo

En el verano de 2023, Ucrania lanzó su tan esperada contraofensiva, reforzada por los equipos occidentales recién llegados, pero obstaculizada por la lentitud de la burocracia y la cautela imperante en la palabra de moda de 2023: gestión de la escalada. Tanques Leopard, lanzadores HIMARS y vehículos blindados estadounidenses llegaron por fin al frente, uniéndose a un ejército envalentonado por sus éxitos anteriores en la defensa de Kyiv, Kharkiv y Mykolaiv. La confianza crecía, pero también los costes del retraso.

Sin embargo, existía una esperanza real, tanto en Ucrania como entre sus aliados, de que éste pudiera ser un punto de inflexión. Sobre el papel, las condiciones eran favorables: Rusia se enfrentaba a una importante escasez de municiones, su estructura de mando se había debilitado por las luchas internas y la moral de sus tropas movilizadas era frágil.

Ilustración sobre una imagen de satélite de la línea defensiva rusa comúnmente conocida como «Línea Surovikin» (Vía @georgewbarros en Twitter).
Ilustración sobre una imagen de satélite de la línea defensiva rusa comúnmente conocida como «Línea Surovikin» (Vía @georgewbarros en Twitter).

Y sin embargo, a pesar de los masivos asaltos de armas combinadas, el avance ucraniano, principalmente en el Grupo Táctico Operativo (GTO) de Zaporizhzhia, fue lento y costoso. Las fuerzas rusas, que habían pasado casi un año preparándose, habían transformado el sur ocupado en un laberinto de defensas: densos campos de minas, redes de trincheras, trampas para tanques y posiciones de artillería escalonadas que se extendían a lo largo de enormes distancias. Las imágenes por satélite revelaban líneas defensivas que se parecían más al Frente Occidental de 1916 que a un campo de batalla moderno.

Enfrentadas a estas duras defensas, las unidades ucranianas se dieron cuenta rápidamente de que la doctrina occidental de guerra de maniobras, que les habían inculcado los instructores de la OTAN, simplemente no era aplicable. Diseñada para avances rápidos y ofensivas fluidas, se tambaleó ante la defensa estática rusa, basada en el desgaste.

Así que Ucrania improvisó. Los soldados utilizaron aviones no tripulados para el reconocimiento en tiempo real, coordinaron equipos de zapadores para navegar y eliminar los mortíferos campos de minas y desplegaron pequeñas unidades descentralizadas para sondear las defensas rusas y explotar los puntos débiles. No era una guerra sensacional, pero funcionaba. El ritmo era agotador y los avances dolorosamente lentos, pero este enfoque redujo drásticamente la pérdida de vidas prevista. Para un país en el que cada vida tiene su peso, no se trataba sólo de una decisión táctica, sino de la única decisión moral.

A finales de 2023, estaba claro: no habría ningún avance relámpago. La guerra había entrado en un capítulo nuevo y más sombrío. Sin que ninguna de las partes pudiera asestar un golpe decisivo, Ucrania y Rusia se atrincheraron. Las líneas del frente apenas se movieron, pero la destrucción fue en aumento. Ya no se trataba de una guerra de movimientos. Se había convertido en una guerra de desgaste, en la que el éxito no se define por el territorio ganado, sino por la capacidad de soportar pérdidas y sobrevivir al enemigo.

La maquinaria bélica rusa y su campaña de reclutamiento

A pesar de los frentes estáticos y del asombroso coste humano, los analistas militares—incluidos los del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos—sostienen que una guerra de desgaste no favorece necesariamente a la potencia más grande. Sostienen que puede ser una teoría viable de la victoria para Ucrania. La lógica es simple: mientras que Rusia puede tener más efectivos para lanzar al frente, la ventaja de Ucrania reside en un uso más inteligente de los recursos, unidades mejor entrenadas y una creciente alianza con Occidente que puede proporcionar un suministro material duradero y superioridad tecnológica. Si Ucrania puede degradar la maquinaria bélica rusa más rápido de lo que Rusia puede regenerarla, entonces el tiempo, irónicamente, se convierte en aliado de Ucrania.

Rusia, por su parte, apuesta a que puede durar más que la voluntad política occidental. Para mantener a flote su esfuerzo bélico, Moscú se ha inclinado por un modelo de pago por servicio. En muchos casos, los soldados no están motivados por la ideología, ni siquiera por la coacción, sino por el dinero. Sólo en 2024, unos 400.000 individuos firmaron contratos para luchar, muchos de ellos atraídos por la promesa de dinero rápido, condonación de deudas e incluso ayudas para la vivienda.

Ilustración de las pérdidas totales de Rusia en la guerra hasta el 2 de junio de 2025.
Ilustración de las pérdidas totales de Rusia en la guerra hasta el 2 de junio de 2025.

Sólo en los cuatro primeros meses de 2025, las fuerzas rusas han sufrido unas 160.000 bajas, lo que sitúa a este año en camino de ser el más mortífero hasta la fecha. Desde el comienzo de la invasión a gran escala, el total de bajas rusas ha ascendido a unos 950.000 muertos y heridos. A pesar del asombroso número de bajas, Rusia sólo ha conseguido avances territoriales marginales, a menudo a costa de casi 100 bajas por cada kilómetro cuadrado. Moscú sigue lanzando a reclutas mal entrenados a brutales asaltos frontales, manteniendo el impulso sobre el papel mientras reduce constantemente la calidad de su ejército, sin lograr avances decisivos.

Se calcula que el Kremlin gasta 22 millones de dólares al día sólo en reclutamiento militar. Este alistamiento masivo no sólo procede de voluntarios patrióticos. Cada vez más, se nutre de las regiones más pobres de Rusia, las cárceles y las comunidades marginadas, y más recientemente, de reclutas extranjeros, incluidos inmigrantes indocumentados y trabajadores de África y Asia Central.

Pero mantener una economía de guerra basada en los pagos y el desgaste requiere algo más que mano de obra: exige un flujo de efectivo importante. Ahí es donde la dependencia rusa del petróleo se convierte en una vulnerabilidad crítica. Todo el presupuesto de guerra del país se financia con sus exportaciones de combustibles fósiles. Pero con la caída de los precios mundiales del petróleo y el endurecimiento de las sanciones, ese salvavidas está bajo presión.

El gobierno ruso revisó discretamente su presupuesto nacional a principios de 2025, rebajando su referencia prevista para el petróleo de 70 a 56 dólares por barril. Este importante ajuste refleja tanto la tensión económica como la reducción de los márgenes. Cuanto más bajo sea el precio del petróleo, más difícil le resultará a Rusia mantener su enorme maquinaria militar a pleno rendimiento.

A primera vista, puede parecer que Rusia lleva ventaja en cuanto a efectivos. Pero cantidad no es lo mismo que sostenibilidad. A medida que la guerra avanza, cada tanque, dron o soldado entrenado que se pierde resulta más difícil—y costoso—de reemplazar para Rusia. Y cuanto más tiempo resista Ucrania, más importante será ese desequilibrio.

La industria de defensa ucraniana y el apoyo de los aliados

Ucrania ya no sólo lucha con armas donadas; se ha adaptado para construirlas. En el último año, con el apoyo de socios europeos clave, Ucrania ha empezado a sentar las bases de una industria nacional de defensa capaz de sostener una guerra larga y sentar las bases de la seguridad futura. Este cambio marca una evolución estratégica: de la dependencia de la ayuda a la coproducción, de los arsenales a las cadenas de suministro.

Volodymyr Zelenskyy (izda.), Presidente de Ucrania, y el Canciller Federal Friedrich Merz (dcha.) ofrecen una rueda de prensa en la Cancillería Federal tras una reunión. El Presidente ucraniano Selenskyj se encuentra de visita de un día en la capital alemana. (Foto: Getty Images)
Volodymyr Zelenskyy (izda.), Presidente de Ucrania, y el Canciller Federal Friedrich Merz (dcha.) ofrecen una rueda de prensa en la Cancillería Federal tras una reunión. El Presidente ucraniano Selenskyj se encuentra de visita de un día en la capital alemana. (Foto: Getty Images)

Alemania ha comprometido 5.000 millones de euros más en ayuda militar y ahora colabora directamente con Ucrania en el desarrollo de sistemas de misiles de largo alcance, tecnologías que antes se consideraban demasiado peligrosas para transferirlas. Mientras tanto, la UE ha aprobado un amplio fondo de 150.000 millones de euros para armamento, destinado a potenciar la fabricación de armas en todo el bloque y mantener a Ucrania abastecida de todo tipo de material, desde proyectiles de artillería hasta sistemas de defensa antiaérea.

Igualmente importante es la inversión en tecnologías no tripuladas. La llamada Coalición de Drones, una alianza de países entre los que se encuentran Bélgica, Turquía y el Reino Unido, está ayudando a Ucrania a ampliar su producción de drones, reconociendo el papel fundamental de los drones FPV y de merodeo en la guerra de trincheras y los ataques en profundidad. La capacidad de Ucrania para producir en masa estos sistemas ya ha cambiado el ritmo de los combates en primera línea, dotando a sus fuerzas de las herramientas necesarias para hacer frente a unidades rusas más fuertemente equipadas.

Empresas de defensa como Rheinmetall están abriendo líneas de producción en Ucrania, lo que indica un compromiso a largo plazo no sólo con la supervivencia de Kyiv, sino con el anclaje de Ucrania en el complejo militar-industrial europeo. Puede que la guerra empezara con envíos provisionales y diplomacia de emergencia, pero lo que está surgiendo son señales de una industria de defensa duradera.

El impacto de las sanciones en Rusia

Ninguna guerra de desgaste se gana sólo en el campo de batalla: también se libra en fábricas, rutas comerciales y oficinas de aduanas. Para Ucrania y sus aliados, las sanciones siguen siendo una de las herramientas más poderosas para acabar con la maquinaria bélica rusa.

Las naciones occidentales han impuesto amplias sanciones desde 2022, dirigidas a casi todos los sectores de la economía rusa, con especial atención a sus sectores de defensa y energía. El decimoséptimo paquete de sanciones de la Unión Europea, introducido en mayo de 2025, incluyó en la lista negra a más de 100 entidades e individuos rusos relacionados con la producción armamentística de Moscú, incluidos fabricantes de drones y proveedores de microelectrónica.

La intención es clara: privar a Rusia de los componentes necesarios para fabricar armamento moderno. Sobre el papel, esta estrategia parece eficaz. Rusia carece de una sólida industria nacional de semiconductores, y sus avanzados misiles, tanques y aviones dependen en gran medida de piezas occidentales importadas.

Sin embargo, en la práctica, el panorama es más complejo. Las investigaciones revelan que, desde 2022, Rusia se las ha arreglado para recibir envíos de microelectrónica occidental restringida, a menudo desviados a través de terceros países como China, Turquía y naciones de Asia Central. Las lagunas jurídicas, las empresas fantasma y la laxitud en la aplicación de la ley han permitido al Kremlin mantener sus líneas de producción, incluso bajo fuertes sanciones.

Este es el frente silencioso de la guerra: el esfuerzo mundial para reforzar el cumplimiento de la ley, cerrar las puertas traseras e interrumpir el flujo de productos de doble uso. Es menos visible que un campo de batalla, pero no menos importante. Si Rusia no puede reparar tanques, reponer sus flotas de drones o producir misiles teledirigidos a gran escala, su capacidad de lucha -y de intimidación- se irá erosionando progresivamente.

Ucrania ha demostrado que incluso una enorme maquinaria militar puede resistirse en el campo de batalla mediante entrenamiento, motivación y habilidad táctica. Pero cuando se trata de fuerza económica, la brecha es innegable. La economía rusa es inmensa comparada con la ucraniana, y ahí es donde Kyiv debe seguir confiando en sus socios, países cuyo poder económico combinado supera con creces al de Rusia. Garantizar la aplicación efectiva de las sanciones no es sólo una cuestión de castigo, sino de configurar el campo de batalla de forma que ayude a Ucrania a resistir y, en última instancia, a prevalecer.

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